Fuente: La Nación ~ La obra del Espacio García Lorca, un teatro y centro cultural, se inició en 2010; se gastaron más de US$3 millones pero falta un millón más y buscan fondos.
La mole gris se ve desde lejos cuando uno sube por avenida Brasil desde la rambla de Pocitos. Está ahí, detenida en el tiempo, a unos metros de la esquina con Juan Benito Blanco. Un cascarón vacío (o no tanto, eso ya lo veremos) en un punto estratégico de Montevideo que espera cerca de US$ 1 millón para poder lograr una reactivación ineludible si se pretende que el lugar no se convierta en uno de esos eternos proyectos arquitectónicos que nunca se terminan. Un poco ya lo es, porque se gestó allá por 2006 (con una ley que autorizó a adjudicar por 30 años a la asociación civil El Camarín el predio donde estaba una vieja casona de El Correo y Antel), empezó la obra del Espacio Cultural Federico García Lorca en 2010 y se paró en 2015 porque ya no había más dinero: el gobierno español —principal financiador— se cansó de invertir en el edificio. Hasta el rey Juan Carlos visitó el lugar, cuando vino al cambio de mando el 1º de marzo de 2015. En aquel entonces ya se habían gastado más de US$3 millones. Y faltaba.
En el imaginario colectivo uruguayo quizás hay tres ejemplos representativos de esos proyectos que quedan congelados en el tiempo: el puente de José Ignacio (que al final se inauguró en diciembre de 2015 y une Maldonado con Rocha), el viejo edificio del Palacio de Justicia (que estuvo en obras casi 45 años y en 2009 se convirtió en la actual sede de Presidencia de la República) y el Auditorio del Sodre, cerrado por más de 35 años tras un incendio y también inaugurado en 2009, al final del primer gobierno de Tabaré Vázquez.
¿Esta historia también tendrá un final feliz, como aquellas tres?
“No quiero irme de este mundo viéndolo cerrado”, dijo el economista Enrique Iglesias en una entrevista en el programa En Perspectiva en febrero pasado. “Yo tampoco”, le respondió la exvicecanciller Belela Herrera, quien participaba de la misma nota.
Iglesias tiene 91 años y Herrera 95. Son dos de las principales figuras que aún siguen impulsando el proyecto, ese que nació hace más de 15 años con la idea de que Pocitos tuviera una gran sala teatral en una esquina estratégica en el barrio con mayor densidad poblacional y además de clase media-alta. Pero el futuro aún luce incierto y genera protestas de los vecinos de la zona por el abandono del edificio.
Pero ellos, Iglesias y Herrera, entre otros, siguen entusiasmados con la idea, que ha tenido ya muchos contratiempos y dedican energía a que en no demasiado tiempo pueda inaugurarse: “Seis a ocho meses”, dirá Daoiz Uriarte, algo así como un gestor honorario que desde hace poco lleva adelante el día a día de la obra.
Ahí está la enorme estructura gris, que se torna colorida en la parte inferior, contra la vereda, donde en un vidrio ploteado se leen algunas frases de García Lorca, el célebre poeta español. Como una que dice: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”. Del otro lado, un viejo cartel muestra cómo quedaría el diseño del edificio, detalla quiénes son los patrocinantes, con el gobierno de España en primer y destacado lugar, y los nombres de los arquitectos Ana Laura Goñi, Horacio Flora, Alejandro Recoba y Sandra Segovia. Detrás, una enorme madera compensada termina de tapar la fachada para que no entren intrusos. Algo que igual, según relatan los vecinos, ha sucedido en este lugar.
Uriarte —abogado, amante del teatro, dirigente frenteamplista y exvicepresidente de OSE— da la bienvenida con una enorme sonrisa y lo hace con una buena noticia: hoy mismo le están poniendo la conexión de agua al edificio. En la vereda hay operarios trabajando en eso. En unos días será el turno de la conexión de UTE. Hace poco también limpiaron un rincón al costado del edificio donde algunos indigentes dormían y también usaban el sitio de baño. Todo gracias a un reciente aporte de unos US$50.000 del Banco Santander, que permite poner en marcha un nuevo intento por terminar de una buena vez la obra.
Uriarte relevó al director teatral Ricardo Beiro, uno de los impulsores iniciales de este espacio junto al fallecido actor y director Antonio “Taco” Larreta. Beiro ahora abandonó el cargo de vocero y cara visible del proyecto.
“Cuando vi la obra, quedé encantado, porque realmente está en un 80% terminada”, dice Uriarte, que es recién llegado al proyecto. “Y en Pocitos no hay una sala así para desarrollar las actividades culturales que se quieren hacer acá”.
A su lado está Gerard Durand, un “todoterreno” que se ocupa de un montón de detalles en este lugar. Ambos ofician de guía por el sitio y muestran el enorme hall de entrada donde la idea es que a corto plazo haya exposiciones.
“Allá va a ir una oficina del Correo y allá la cantina”, señala Uriarte y cuenta que hay interés de una reconocida confitería por instalarse allí. En un costado, un ascensor donado por el Banco República. Ese fue el único aporte del gobierno uruguayo en estos 12 años de obra, junto a la construcción de la vereda por parte del municipio CH (estaba en tan mal estado que Iglesias se cayó allí una vez).
El recorrido sigue por la majestuosa escalera —con barandas de madera de obra, eso sí—, que lleva hasta el primero de los tres pisos, donde hay un espacio vidriado con una hermosa vista al río y luego la entrada principal al teatro, que tendría sitio para unos 400 espectadores.
Y entonces se entra a un espacio enorme y oscuro, con un aire algo lúgubre. Afuera hay una mañana luminosa y el sol se cuela por la puerta y algunas aberturas. No hay nada más que piso y paredes de hormigón. Arriba, los palcos en dos niveles superiores y la infraestructura para el aire acondicionado. En un depósito de la Intendencia de Montevideo está guardado el equipamiento para la iluminación, donado por el gobierno chino y valuado en unos US$200.000.
Cuesta imaginarse que allí funcionará un teatro algún día, si todo sale bien. El proyecto implica que las gradas serán retráctiles, de modo de que el sitio se convierta en un espacio multiuso.
Por las noches los pasillos del García Lorca ahora se iluminan gracias a unas luces solares que mandó poner Uriarte. Así los vecinos ven que de a poco el lugar se empieza a mover, especula el abogado.
La idea es que el edificio tenga dos pisos más algún día. “Paso a paso”, acota Durand.
El origen
Todo empezó hace ya 15 años. En la Rendición de Cuentas que Vázquez promulgó el 24 de octubre de 2006 había un artículo, el 128, que decía que Antel y el Correo destinarían aquel predio a “actividades culturales” y realizarían “contratos de comodato” con una entidad cultural a seleccionar. La condición era que el proyecto estaría a cargo de “agentes culturales sin fines de lucro”, que deberían presentar propuestas de infraestructura edilicia y gerenciamiento.
Tiempo después “Taco” Larreta llamó a Iglesias, que entonces era secretario general iberoamericano, se juntaron a comer en la parrillada La Vaca y le contó que él, junto a una asociación civil que llamaría El Camarín, quería presentarse para hacerse cargo de aquel espacio.
“Me parece fantástico, es una gran idea pero hay que financiarla.”, le respondió Iglesias, quien de joven había estado muy vinculado al teatro.
Hoy, en el inicio de una jornada laboral en la casona de la Fundación Astur en Pocitos, Iglesias dice a El País que la idea enseguida lo entusiasmó porque le recordó a los centros culturales en España, que están en “casi todos los barrios”.
Lo cierto es que todo se dio rápido: el grupo ganó un proceso de licitación y quedó a cargo de la obra. Allí también estaba Beiro —que tendrá un lugar relevante en esta historia— así como su mujer, la actriz Leticia Scottini, Belela Herrera, el director Jorge Denevi, el exintendente Mariano Arana y el fallecido actor y director Jaime Yavitz, entre otros. Hay gente del teatro que también estaba en la asociación y se ha ido abriendo, como el director Álvaro Ahunchain, quien “desde hace cinco o seis años” no tiene más vínculo pero dice a El País que es destacable “el amor” que le puso Iglesias al proyecto.
En forma paralela se formó el Grupo de Amigos del Espacio Lorca, una organización que preside Iglesias y aún hoy integran, entre otros, Graciela Rompani, el presidente del LATU Ruperto Long, el diseñador Nelson Mancebo y la empresaria Lætitia d’Arenberg.
La primera idea fue usar la propia casona del Correo pero no se podía porque estaba en riesgo de derrumbe, así que de inmediato el proyecto derivó en construir un nuevo edificio. El nombre de García Lorca lo terminaría proponiendo Iglesias, quien es como un padrino de la obra e hizo el nexo con el gobierno español para conseguir fondos. Sus vínculos fueron fundamentales.
“Para mi generación, y la de los años 50, García Lorca fue muy importante. El teatro era fundamental”, cuenta el contador, de impecable traje, en una casona repleta de obras de arte y sentado en su despacho, con la bandera de Uruguay y de Asturias detrás. Se creó la Comedia Nacional. Y apareció un movimiento teatral independiente que excedió la proporción del país. Ese movimiento estuvo muy influido por la gran actriz catalana Margarita Xirgu (quien se radicó en Uruguay cuando estalló la dictadura franquista y vivió aquí sus últimas décadas de vida) y por Lorca, que estuvo aquí en Uruguay en 1934. La Margarita inspiró el teatro y lo alimentó, ella hizo todas sus obras.
El Camarín hizo un llamado a concurso para elegir el proyecto arquitectónico y se puso todo en marcha, aunque las obras no se iniciarían hasta 2010. Algunos dicen que este edificio era el sueño de Beiro, reconocido actor y director a cargo de la Escuela del Actor y la sala Telón Rojo en la calle Soriano. El teatro independiente uruguayo no contaba (y no cuenta hoy) con un edificio de este relieve y el único caso similar es el de El Galpón.
En esa época, allá por 2010 y en los años siguientes, en la Escuela del Actor que dirigía Beiro promocionaban a los alumnos que en el futuro las clases funcionarían en el imponente edificio de avenida Brasil. “Se vendía eso”, cuenta un exestudiante. De hecho, el proyecto incluye una escuela de artes escénicas, como parte de ese centro cultural.
Hoy Beiro sigue siendo parte del proyecto, pero no quiso hacer declaraciones para este artículo. Lo cierto es que está más alejado del día a día porque tiene un proyecto en el exterior y además lo afectaron denuncias de acoso sexual en su contra en la escuela que dirige, que fueron públicas y que el él entiende injustas, según cuentan integrantes de El Camarín y del Grupo de Amigos del Espacio Lorca.
“La vaca española”
Un mojón importante ocurrió en torno a 2015, hace ya siete años, cuando la obra quedó congelada. Sin dinero de España, no se pudo avanzar más. ¿Por qué se paró todo? “Por falta de dinero”, resume Rompani. Arana afirma que “no hubo suerte con la empresa que asumió la obra, que no actuó bien”, Iglesias que “se pensó que iba a haber otras fuentes” económicas y que “ya se sabía que con lo de España no alcanzaba”. Y Herrera agrego que: “Acá (en Uruguay) no hubo interés de nadie en aportar. Todo consistía en seguir ordeñando la vaca española”.
“Sabemos que las obras siempre llevan más tiempo que lo planteado al principio. Acá los problemas que tuvo España, que se iniciaron en 2008-2009 pero repercutieron unos años después, recortaron los presupuestos asignados”, cuenta Uriarte.
—¿Pero la idea original era que costara cuánto?
—Había una estimación de €3 o €4 millones. No fue suficiente.
—Ya se gastaron US$3 millones.
—US$3,5 millones. Falta US$1 millón más. Pero, como ustedes ven, lo que faltan son las terminaciones. Sería un crimen no terminar la obra.
Lo cierto es que, más allá de las restricciones de España, hubo inconvenientes en la gestión local. Beiro dijo a El País en 2017 que “hubo un problemita de papeles y perdimos un dinero, pero fue por responsabilidad nuestra; hay que tener en cuenta que la industria de la construcción subió 20% por año en el mundo, en cinco años subió 100% todo lo de obra”.
¿Cuál fue el problema? Uriarte explica que hubo certificaciones de obra ante el gobierno de España que no se hicieron en los plazos correspondientes y eso implicó que se perdieran recursos. “Unos US$400.000”, dice el abogado, “no se pudo pasar a la siguiente etapa de la obra, para que habilitaran más dinero”.
Lo que viene
Hace pocos meses hubo un estudio pormenorizado del estado de la obra con una empresa constructora. Esa suerte de radiografía indica que el edificio no se ha deteriorado, dice Belela Herrera, lo cual generó alivio en el grupo que sigue el tema de cerca.
¿Y ahora? Sobre fines de mayo o principios de junio se proyecta un evento en el lugar para invitar a empresas y autoridades a que lo conozcan y luego hagan aportes económicos.
El saldo, lo que falta, es cerca de US$1 millón, pero Uriarte estima que incluso podría ponerse en funcionamiento por la mitad.
Hace unos años se llevó adelante el programa “Tome asiento en el Espacio Lorca”, que buscaba recaudar fondos ofreciendo a quien deseaba colaborar colocar su nombre en el respaldo de una butaca. Pero no tuvo éxito: no se recaudaron más de 10 asientos.
Uriarte le resta trascendencia a ese fracaso y dice que ahora se hará algo parecido —empresas o particulares podrían comprar butacas por una determinada cantidad de años— pero con una campaña previa:
“No estamos vendiendo humo”, se ríe el abogado, “yo quiero que la gente primero vea qué es lo que hay hecho, que vea la butaca que va a comprar. Esto no es comprar en el pozo. Además, la idea es que el lugar quede en algún momento habilitado para que los vecinos del barrio puedan entrar a mirar y conocerlo por dentro”.
Se proyecta vender unas 150 butacas por unos US$2000 cada una, pero eso no está cerrado aún. La apuesta central, eso sí, es en las empresas españolas e incluso se siguen tocando las puertas del gobierno de ese país, admite Iglesias. “Pero el barrio de Pocitos también podría colaborar, no está faltando tanto”, agrega enseguida.
Algo es seguro: el gobierno uruguayo no pondrá dinero, así como no lo hicieron los anteriores.
La directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein, dice que la administración está al tanto de la situación y en contacto directo con Iglesias. De hecho, ella ya fue tres veces a ver el edificio en estos dos años de gestión. “Estamos interesados en que el proyecto salga adelante, pero no es un objetivo nuestro ni está en nuestra agenda. Sí nos da pena y, al ver la situación, queremos ayudar a Enrique Iglesias en la medida de lo posible. Pero el apoyo (económico) quizás deba venir de afuera”.
A Wainstein le preocupa el tema pero admite que lo cierto es que el “proyecto planteado fracasó y ahora hay que encontrar un camino nuevo”. Entonces opina que lo más probable es que haya que “reinventar el proyecto, rediseñar el plan de negocios y sobre todo el plan de gestión”.
Iglesias, desde su despacho, coincide un poco con Wainstein: “Habrá que pensar la gestión. Yo no voy a estar en ese proceso. Lo que sí, tiene que haber una fuerte colaboración con el sector público. Y hay muchas formas de obtener recursos. Pero lo importante ahora es llegar a ese millón de dólares que nos está faltando”.
—¿Usted es optimista?
—Y, m’hijo, a esta edad no puedo ser pesimista (dice Iglesias y se ríe fuerte).
Los reclamos de vecinos
“Yo entiendo a los vecinos”, dice Enrique Iglesias, uno de los impulsores iniciales del proyecto, respecto a la molestia de tener esa gran obra parada desde hace al menos siete años (y en construcción hace doce). Daoiz Uriarte, quien hoy se encarga de la gestión diaria, admite que el abandono causó resistencia en el barrio. “Y eso es muy notorio porque, en la medida en que nos empezaron a ver a nosotros, se acercan y preguntan”, relata.
Un comerciante de la zona cuenta que no sabe si creer todo lo que le dicen los vecinos. Porque teorías hay muchas. Desde que “hay intereses” para que la obra no se termine nunca hasta que “es todo culpa de los tupamaros”, dice entre risas.
Daniel, el portero de un edificio frente al teatro, cuenta que trabaja allí desde hace 10 años “y la obra ya estaba” en aquel momento. “Un día pusieron los vidrios cuando vino el rey de España”, recuerda, mientras limpia un farol. Y relata que en el edificio pegado a la construcción los vecinos se quejan porque los apartamentos perdieron valor.
De hecho, según supo El País, hubo un pleito de un grupo, que protestó porque perdió vista. “Eso lo ganamos”, cuenta la exvicecanciller Belela Herrera.
Joaquín Labat es un abogado que vive en un apartamento en el noveno piso del edificio vecino y ha sido testigo privilegiado de todo el proceso: desde su terraza vio la demolición y cómo fue creciendo la obra. Él vive allí desde hace 35 años, bastante antes de que se iniciara la construcción.
”Esta fue una obra con un objetivo muy noble pero muy mal diseñada”, dice Labat, quien asegura que el presupuesto inicial era de US$1,5 millón, la mitad de lo que ya se gastó. “Hay que cambiar el diseño de la cosa, y esta gente no creo que esté capacitada para gerenciar una empresa así. Hay que saber un poquito de administración para darse cuenta que así como está planteado funcionará mal”, se lamenta.