Fuente: Diario de Cuyo ~ Un edificio puede ser tan expresivo como una escultura, un libro, una pintura o un dibujo, más si el arquitecto que lo diseñó conoce desde siempre al artista que lo habitará. Será por eso que apenas uno pasa el portón de ingreso al nuevo taller que estrena por estos días Hugo Vinzio Rosselot, observa de inmediato que Lisandro Vinzio Maggio desarrolló un proyecto (impactante), pensado en forma inteligente a nivel arquitectónico-, y con una cuota de amor y admiración por su padre. Allí cada espacio vale para componer una obra según el soporte que elija en ese momento, porque los juegos de luces, la estética, los detalles, incluida la flora nativa, juegan a favor de las expresiones artísticas a las que Vinzio (padre) apuesta constantemente.
Desde su exterior asoman las tres alas que componen esta construcción -que más que un edificio es un «templo del arte»-, confluyendo en un centro unificador de este espacio plural. Cada una de ellas está pensada en función del tipo de material que se usa para las diferentes obras, incluso hay un lugar especial para el horno de cerámica que queda totalmente aislado para evitar la emanación de gases y el calor.
Al mismo tiempo, y también a primera vista, la construcción en bloques, la ubicación de las aberturas y hasta el diseño de la chimenea central, entre otros detalles, advierten que allí dentro todo está dispuesto para crear.
Lisandro, el responsable de esta obra que trasciende lo constructivo para llevarlo a un plano superior vinculado con modelos actuales de optimización de espacios, reaprovechamiento de materiales, revalorización y cuidado de la naturaleza, tiene 31 años y se recibió de arquitecto hace apenas cuatro. Su rumbo profesional está claro y marcado por esas tendencias que muestra esta obra emplazada Ruta 12 a la altura del km 27 en Zonda.
«Estoy interesado en una arquitectura que vaya por el lado de la experimentación con materiales. En este caso, es una obra que dentro de lo tradicional busca modos no convencionales de alterar las técnicas repetidas hasta el hartazgo, buscando optimizar el material, reciclar, buscar espacialidades diferentes, es decir encontrar divergencias en la tradición. Actualmente es así es en todo el mundo porque no sólo es una búsqueda de la estética, si no también de optimización de procesos y recursos, y esto es lo que a mi me interesa profesionalmente», indica.
Claro que hacer el taller donde su padre seguirá realizando obras que quedarán en la historia tuvo un fuerte peso al momento de decidir cada detalle.
La génesis de este sitio de creación fue por allá por el 2007 cuando falleció su abuelo -Mario Vinzio-, que vivía en calle Patricias Sanjuaninas y General Paz, un lugar muy especial para Lisandro, rodeado de una atmósfera única, como el mismo lo define. En ese momento surgió la idea de comenzar a generar un taller en otro lado. «Así fue que mis padres construyeron su casa en Zonda y decidieron echar raíces, a la par surgió la necesidad de construir este espacio de trabajo. Hay que pensar que la arquitectura está hecha de futuro pero también del pasado por eso es que en esta atmósfera que intenté construir aquí está el recuerdo de mi niñez, de lo perdido, de lo que ya no está y quiero que se sienta. También crecí en el taller de mi papá, por lo que conozco muy bien las necesidades y hasta los olores a pintura, arcilla y cada material que se trabaja. Para mi la materia y la materialidad siempre fueron determinantes y mi arquitectura -ahora que empiezo a ver en perspectiva-, está ligada con todo eso», relata Lisandro.
Los bloques de hormigón fueron los elegidos para levantar los muros principales, y está elección -por supuesto-, no fue el azar. Es que desde hace tiempo viene trabajando en un estudio de ingeniería que aún no fue publicado debido a la pandemia, en el que se investigó la funcionalidad de los bloques rellenos de hormigón. Este tipo de construcción da la sensación que estuvieran apilados con un efecto «sillar», como lo denominan en arquitectura, que además permite un juego de trabajo plástico.
CONSTRUCCIÓN INTELIGENTE
Un simple observador advierte que estas paredes tienen bloques colocados de manera no tradicional por lo que resultó de fundamental importancia la mano de obra y la intervención de Lisandro en cada metro cuadrado de construcción.
Si bien se suele decir que este material no es un buen aislante térmico, para Lisandro no fue un obstáculo ya que fueron otros los elementos utilizados para crear ambientes más placenteros con uso ínfimo de cualquier tipo de energía. «En este edificio los aleros y toda la cubierta protegen los muros por lo que son muy poco invadidos por el sol en el verano, es una arquitectura del desierto. Con este sistema decidí resolverlo ya que cada parte se emparenta con la otra», relata.
La particular forma del novedoso edificio está pensada desde el diseño y la funcionalidad. «Si prestas atención en las tres alas todo se compone de las mismas partes que geométricamente son dobles curvaturas, se repite todo como las cosas de la naturaleza, alrededor de un centro – como una flor, por ejemplo-. Tiene una génesis natural, muy orgánica, y al mismo tiempo la función se va acomodando según su destino, es decir que aunque todo sea lo mismo, en realidad no lo es. Además buscando la convección, cuando un edificio es un paralelepípedo el aire caliente sube en cambio con este tipo de formas nunca se estanca y por la chimenea central sale el aire caliente», cuenta el arquitecto.
Otro valor agregado es que este original óculo se abre o cierra con una manivela según las necesidades. «Si bien es una cubierta más compleja que un techo tradicional aporta menos uso energético porque funciona más pasivamente al calor. Por eso digo que es un dispositivo aerodinámico ya que así funciona. A esto se suman los parasoles que son chapas ubicadas uniendo a los aleros que completan esa función», agrega.
Uno de los puntos más impactantes no es sólo la vista de la cubierta exterior sino también la vista interior del techo que sin duda merece un párrafo aparte. No hace falta ni levantar la mirada para encontrarse con juegos envolventes logrados con el uso de duelas de barricas de roble recicladas.
«La idea de usar duelas surgió porque una familiar nuestra, Florencia Daroni, trabajaba en la bodega Peñaflor hace unos años y mi papá le consultó si podía comprar las barricas que descartaban. Luego de un proceso conseguimos varias a través de los responsables de ambiente de la empresa y así descubrí el potencial que tenían para la arquitectura por ser modulares. Fue entonces cuando decidimos usarlas para el techo del taller que está armado como casetones, nunca es plano, todo reticulado, con superficie regladas en doble curvatura.
Para construir esto no hay ninguna curva aunque parezca lo contrario porque toda la construcción fue hecha con rectas», señala Lisandro.
El uso de este material reciclado, con una forma poco convencional para un techo, sin duda fue un verdadero experimento pero en un edificio concreto, es decir que casi no quedaban márgenes para el error. Demás está decir que el resultado fue óptimo.
Las aberturas juegan un papel fundamental desde todo punto de vista. Las ventanas son apaisadas e instaladas de tal modo que la luz ingrese sobre el lugar del trabajo teniendo en cuenta la altura de una persona sentada. Si bien todas son de metal, la puerta principal de ingreso tiene el detalle integrador: una gran manivela hecha en roble.
El piso es de cemento alisado en tono gris en consonancia con los bloques de cemento, ya que el color rojo de las puertas y ventanas es lo que rompe con los tonos del desierto para dar un impacto visual fuerte y energético.
FUNCIONALIDAD
«Mi papá trabaja con soldadura, hierro, cerámica, de todo lo que uno se pueda imaginar, de hecho ahora está esculpiendo madera, por lo que debía pensar un lugar funcional y que al mismo tiempo tenga una totalidad y una unidad para tantas cosas distintas. Los dos espacios principales son iguales porque la arquitectura también tiene que poder sintetizar, si uno tratara de construir un espacio para cada cosa sería imposible, inviable o impagable, así uno resuelve un problema complejo», indica Lisandro.
La única premisa que tuvo fue separar los espacios de las actividades «secas» -pintura y dibujo-, de las «húmedas» -modelado y cerámica-, y que el horno funcionara independientemente sin estar en contacto con gases y el calor que genera.
A esto se suma una galería abierta destinada a trabajar metales y otros materiales duros.
El resultado final es un taller a la altura del artista que ya comenzó a habitarlo y de donde, seguramente, pronto saldrán las primeras obras de este ambiente creado desde el talento, el conocimiento y el gran respeto y admiración por su padre.