Fuente: La Capital ~ Hace muchos años vi una película, uno de los protagonistas era arquitecto, en una secuencia en la que daba una clase en la universidad levantaba un bloque con una mano y les preguntaba a los alumnos: “¿Qué es esto?”, le respondían: “Un ladrillo”, entonces él agrega: Louis Kahn dijo “Un ladrillo quiere ser algo importante – y mientras proyectaba imágenes de templos, monumentos, iglesias, etc, sigue con la cita – un ladrillo quiere ser algo, es ambicioso, incluso un común y ordinario ladrillo quiere ser algo más de lo que es – y levantando de nuevo el bloque de arcilla con su mano agrega – quiere ser algo mejor que esto…”
Después ese mismo personaje acepta que su pareja pase una noche con Robert Redford a cambio de un millón de dólares, ya no me acuerdo si lograron recomponer la pareja o si ella se queda con Redford, lo que se me grabó de modo indeleble es la escena de la clase de arquitectura porque nunca creí que a las pirámides las hicieran extraterrestres, sino seres humanos que desafiaban los límites de lo conocido para jugarse por un sueño. Por lo tanto ese ladrillo que el actor levanta ante la cámara, está vivo gracias a la pasión de un arquitecto que lo hace palpitar, sino es solo un pedazo de barro.
Apenas gané la edad de poder elegir mis destinos de viaje elegí siempre lugares del mundo que hubiesen sido cincelados por los humanos, poder ver un atardecer tras el skyline de Chicago, recorrer la Mezquita Azul, escuchar un concierto en la Ópera de Sydney me resultaba mucho más fascinante que sobrevolar el Serengeti o visitar las Cataratas del Iguazú.
Nunca sentí que el espectáculo de la naturaleza fuera más interesante que el espectáculo que un humano puede construir solo con su creatividad y coraje, desde el techo imposible del Panteón de Roma a la piscina infinita del Marina Bay de Singapur.
Porque la naturaleza es azarosa, las placas tectónicas no tienen idea de lo que están haciendo cuando chocan y forman la Cordillera de los Andes, en cambio Miguel Ángel si sabía que con la Capilla Sixtina estaba construyendo una representación de lo divino que trascendería el Renacimiento y nos seguiría conmoviendo 5 siglos después. Lo divino así no era el orden religioso sino la mano de Miguel Ángel, por eso entiendo tan bien aquello que explica Pablo Sztulwark en la entrevista realizada en 2018 por Daniela Fernández y Guadalupe Nuñez, titulada “Encuentro en la ciudad. Arquitectura & Psicoanálisis” en la revista La ciudad analítica: “Recién recibido de arquitecto, emprendí un viaje que me llevó hasta Florencia. Una tarde fría y de intensa llovizna me encontré con una pequeña iglesia en la parte alta de la ciudad. Entré para conocerla y también para descansar y protegerme. La luz era tenue, producto de la madera con la que se tamizaba por la abertura. Además había gente recorriendo su nave central y el órgano producía una música que emocionaba. Yo, joven arquitecto, materialista y ateo, me enfrentaba a una situación especial que estaba construyendo a Dios. Con esto quiero decir que, aquella tarde, entendí que ´en esa situación´ Dios existía, y que la arquitectura era el medio para que allí existiera, y además comprendí que la arquitectura era el modo de construir un creyente”.
Efectivamente, hay una arquitectura que nos construye como creyentes o como posmodernos, como metropolitanos o plebeyos o revolucionarios, etc., y así un puente de Venecia nos enseña sobre los suspiros, y un cubo de cristal que se hunde en la playa de San Sebastián nos demuestra la liquidez de nuestro tiempo.
Ese es el espectáculo que más me interesa, porque soy psicoanalista y me interesa lo humano y porque me provoca mucha admiración de lo que lo humano es capaz. Tal vez por eso cuando tránsito por este mundo que los arquitectos nos crearon para desarrollar nuestras vidas, y que llamamos ciudad, intento aprenderme el nombre de cada uno de esos hombres y mujeres, me gusta reconocer estilos y adivinar con solo mirar si tal obra es de este arquitecto o de aquel otro, y no me refiero sólo a Ghery o Foster o Viñoly o Hadid, también hablo de cualquier arquitecto que recién lanzado al mundo profesional tiene sueños capaces de hacer palpitar el barro, y está dispuesto a jugarse por esos sueños, pues es gracias a esos sueños que tenemos este mundo milagroso de texturas, colores y luces, un mundo con muchas más sorpresas y asombros que los que cualquier placa tectónica podría imaginar.